Un relato en primera persona a cargo de Carlos Muñoz, sobreviviente de la ESMA y trabajador del Espacio Memoria, sobre la visita que realizó junto a la CONADEP en 1984 al lugar donde había estado secuestrado durante 16 meses. Su regreso junto a otros compañeros al ex CCDTyE rodeado de militares, la tensión a la hora de identificar al ex Casino de Oficiales, y las carpetas con documentación que todavía estaban en poder de la Marina, son algunas de sus huellas imborrables a 47 años del golpe de Estado.

 

El jueves 8 de marzo de 1984 volví a la ESMA, convocado por el Diputado Santiago López de la CONADEP (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas), para realizar el primer reconocimiento ocular de ese macabro centro clandestino de detención, tortura y exterminio, del cual había salido en libertad vigilada solo 4 años antes, después de permanecer más de 16 meses secuestrado. Hacía casi 3 meses que Ricardo Alfonsín había asumido como presidente, la democracia tibiamente corría el velo de los crímenes de la Dictadura, y la sociedad civil emergía de la larga noche del Proceso, donde una mayoría permaneció indiferente ante la mayor tragedia de la historia contemporánea de nuestro país.
Me había presentado ante las autoridades de la CONADEP pocos días después de su conformación (15 de diciembre de 1983) para narrar mi secuestro y desaparición, y recuerdo haber quedado sorprendido por el grado de desconocimiento y torpeza involuntaria de quienes recogían los testimonios. Comprendí entonces, la actitud de la mayoría de les compañeres que, en mi situación, por desconfianza o por miedo (o por ambas cosas), prefirieron guardar silencio hasta que todo fuera más claro, y recién un año después, con el Juicio a las Juntas Militares comenzaron de a poco a contar sus propias experiencias.
Aquella mañana soleada de Marzo, la comitiva de la CONADEP estaba compuesta por Magdalena Ruiz Guiñazú, el diputado radical Santiago López, Eduardo Rabossi miembro de la APDH y luego subsecretario de Derechos Humanos del gobierno de Raúl Alfonsín, un fotógrafo, un arquitecto y 5 ex detenidos-desaparecidos, entre los que recuerdo a Alejandro Hugo López, que estaba haciendo el servicio militar en la ESMA en el 76, en el área de Automotores, y que estuvo una semana secuestrado y Laura Reboratti, que también estuvo en 1976, casi un mes secuestrada.

 

Atravesamos los portones de la ESMA, sobre la avenida Libertador, y fuimos “recibidos” por un grupo de aproximadamente 30 uniformados navales, entre los que se destacaba el Capitán de Navío, director de la escuela, y todo su estado mayor, quienes de entrada mostraron una actitud fría, distante, pero inquisidora con quienes debíamos reconocer el lugar. En el medio de los saludos protocolares, entre funcionarios políticos y militares, atravesó la escena un suboficial integrante del grupo de tareas, secuestrador y torturador al que en las mazmorras llamaban “Morron”, seguramente por su pelo rojizo, quien me miró intimidatoriamente, le avisé a Magdalena, cuya actitud fue encogerse de hombros.
Cuando el Capitán de Navío dio por iniciada la “visita”, y arranco la caminata seguido por toda la comitiva de uniformados y funcionarios hacia un imaginario lugar de detención con dirección al río, le pregunté a el diputado López, hacia dónde íbamos, y me contestó que no sabía, con lo cual me aproximé al Jefe de la ESMA, para decirle que yo quería ir al “otro” edificio, al casino de oficiales, ubicado en el ala norte, sobre Libertador, señalándoselo, lo cual provocó su ira y la pérdida de la hasta allí, pobre compostura. ¿Dónde quiere ir?, me gritó, -“donde estuve secuestrado”, le contesté casi naturalmente, y entonces la comitiva giró 90 grados y empezó a caminar lentamente hacia el edificio de 3 pisos, por donde pasaron más de 5000 compañeres detenidos –desaparecidos.
“Es imposible ingresar ahí”, les dijo a los funcionarios que ya a esta altura del partido tenían más ganas de estar en su casa que en la ESMA,” hay material de inteligencia adentro, ustedes no pueden tener acceso a eso”. Y ahí nomás en la playa de estacionamiento se inició una larga y absurda negociación entre militares y funcionarios, mientras los testigos-sobrevivientes quedábamos rodeados por oficiales navales, que terminó acordando la firma de un acta donde “los visitantes” nos hacíamos cargo de ingresar a un lugar “secreto” depósito de “material sensible”.
Fui el primero en ingresar por la escalera que da al playón de estacionamiento a ese sótano, que a diferencia del de hoy, aún mantenía el techo de paneles acústicos que lo caracterizó en los años de la represión más dura. Cuando pude vencer la conmoción de estar nuevamente en ese espantoso lugar, logré reconocer las marcas en el piso de las viejas estructuras de madera donde se disponían la sala de documentación, el laboratorio fotográfico, la sala donde se realizaban sellos, los cuartos de tortura, el depósito de papel, el comedor de los secuestrados, “la huevera”, el baño, mientras que en lo que sería el centro del pasillo se disponían una enorme cantidad de biblioratos en estanterías metálicas, a los cuales, en un principio, (reconozco que estaba abrumado por la situación) no pude prestar mucha atención, ya que el trayecto lo hice rodeado de uniformados y acompañado por el Jefe Naval.

 

 

Pero sobre el final, una de los carpetas llamó mi atención. Pude leer: “Disposiciones Reservadas año 1977”, automáticamente le dije bajito a Rabossi “¿vio lo que dice esa carpeta ?, ¿podrán secuestrarlas? Con calma me contestó que esa era “tarea de la Justicia”. La «visita” continuó por “capucha” y el “altillo”, lugares que compartí con decenas de compañeres de los cuales aún hoy desconocemos su destino. Hoy, viendo las fotos de esa histórica inspección, a 47 años del Golpe Cívico -Militar, y cuando se multiplican los pedidos de Madres, Abuelas, Hijos, y Sobrevivientes de apertura de los archivos de la represión, recuerdo esas carpetas, que “desaparecieron” en aquella Democracia recién parida y donde la falta de coraje y decisión impidió el acceso a ese material que hoy ,casi 40 años después seguimos reclamando.

Fotos: Archivo Nacional de la Memoria/ Enrique Shore

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